viernes, 3 de octubre de 2008

Adela González, maestra de ceremonias el 2 de octubre en Tlatelolco

* El CNH reconoció así la participación de las compañeras

Gustavo González López *
México DF, 2 oct 08 (CIMAC)

Myrthokleia Adela González Gallardo, integrante en 1968 del Consejo Nacional de Huelga (CNH), profesora de la Vocacional 9 Juan de Dios Bátiz, alumna de la escuela Wilfredo Massieu, del Instituto Politécnico Nacional (IPN) y una de las dos maestras de ceremonias del mitin del 2 de octubre en Tlalteloco, recuerda así el Movimiento estudiantil y social de aquel año: "La enfermera y un doctor les avisaron a mis papás que estaba viva, pues pensaron que yo estaba muerta desde el momento en que vieron en Tlatelolco cómo caí. Pensaron todos que ya estaba sin vida. Hasta salí en la lista de los muertos. Un doctor de la Cruz Verde me preguntó "¿qué te pasó?". Le contesté: "iba pasando por Tlatelolco y unos señores me agarraron y me dijeron que querían cosas buenas y no lagartijas".
Entonces, me internaron en el hospital. Estuve no sé cuántos días ahí con los agentes (de policía) que cuidaban la entrada del cuarto donde me encontraba. Creo que fue al quinto día cuando una enfermera se acercó y me preguntó que si yo era la persona que no podía caminar. Le dije que sí. Casi al amanecer, fue otra enfermera y me dijo quedito al oído: "¡ahorita o nunca!". -- Pos´ ahorita --contesté. -- Entonces, me vas a seguir… La seguí y me encerró en un baño. Después me escondió en unos "lockers" donde me puso una bata de enfermo. Antes de que saliera el sol, corrimos. Ella iba delante de mí y yo atrás sintiendo que los dos agentes que me custodiaban venían tras de mí. Salimos del hospital y la enfermera le hizo una señal de alto a un taxista, de esos cocodrilos (pintados como si tuvieran dientes de lagarto).
Dentro del vehículo, me indicó que me recostara en el asiento trasero para que no me viera nadie. La enfermera apresuraba al chofer del cocodrilo y éste le decía que era difícil salir, a la vez que señalaba a los soldados que patrullaban el hospital, que ahora es el de Traumatología de Balbuena.
No sé el rumbo a dónde me llevó, pero fue en la casa de unos pepenadores (papeleros). Allí me dejó encargada y encerrada mientras ella regresaba a ver qué había pasado en el hospital…Luego de varias horas, regresó y me llevó ropa. La casa de los pepenadores era un cuartito con cortina, como tiendita.
Ahí me quité la bata, la rompí y la eché a la taza del baño. Me cambié la ropa y me llevó con otra familia, la cual estaba dispuesta a ayudar a cualquier estudiante. Luego de varios años ubiqué que la casa de los pepenadores estaba en la colonia Prohogar.
De ahí me llevaron a otro domicilio, rumbo a Naucalpan. Luego de dos días me trasladaron a casa de otra familia y, por último, llegué a Guadalajara. Mis papás ya sabían que estaba viva. Incluso, cuando la enfermera les avisó, ellos mandaron al chofer de nuestro doctor particular a la casa de la familia donde estaba escondida.

* Este texto forma parte del aún inédito libro Activistas de 1968: carne, huesos y alma.

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